Recordando un artículo de El País[i] que leí a comienzos de este año sobre el efecto de la queja en nuestro bienestar emocional, le propuse a una amiga que se lamenta continuamente sobre la vida en Reino Unido seguir el reto detallado en el artículo: no quejarnos durante un mes. Para mi sorpresa, su respuesta fue: «No, porque si encima no puedo expresarme libremente…». Su contestación me llevó a reflexionar al respecto y a escribir este artículo.
El diccionario de la Real Academia Española (RAE)[ii] define la palabra ‘queja’ como «expresar con la voz el dolor o la pena que se siente», y en su segunda acepción, «manifestar disconformidad con algo o alguien».
Desde una perspectiva psicológica, la expresión del dolor y las emociones no sólo es percibida como positiva, sino que motivamos a los personas a quejarse, porque muchas de las dificultades emocionales tienen que ver con la represión de los sentimientos. Las emociones asociadas a experiencias dolorosas o traumáticas, si no se afrontan o no encuentran una vía de expresión, se traducen en malestar físico o emocional (ansiedad, tristeza, irritabilidad, etc.).
Ante un cambio tan importante en la vida, como es el hecho de mudarse a otro país, con todo lo que ello implica en nuestra vida cotidiana, afectiva y social, lo «normal» es expresar el malestar, la inconformidad que nos produce el día a día de la adaptación, el desasosiego y el dolor de la pérdida.
Inconvenientes
Entonces… ¿qué hay de malo en quejarse? El problema no es la queja: es su intensidad, el instalarnos en la queja y convertirla en nuestra forma de comunicación y relación con los demás. La queja constante, lejos de ayudarnos, limita nuestra posibilidades adaptativas y creativas, llevándonos a una espiral de amargura y estancamiento.
El patrón de la queja como recurso de expresión hace que nuestra atención se centre en los aspectos negativos de una situación, perdiendo la perspectiva para interpretarla de una manera mucho más realista. Paraliza a la persona, produce agotamiento psicológico y dificultades de atención en el estudio o el trabajo, aumenta al miedo, bloquea la aceptación de los cambios e impide avanzar en la construcción de un futuro.
Ventajas
Esta tendencia a la queja también trae beneficios. Por ello, con frecuencia, las personas la convierten en su aliada. La ganancia de este patrón está en la obtención de atención y compasión, en eximir a la persona de cualquier responsabilidad frente a la realidad que está experimentando. La culpa la tienen las circunstancias: «el mal clima, lo sosos que son los ingleses, la dificultad de acceder a trabajos acordes con la formación, la falta de trabajo, las largas jornadas laborales, la comida basura, lo costoso que es vivir en Reino Unido, la soledad…». Las condiciones, probablemente, sean duras. No obstante, lo que nos genera sufrimiento es la forma de interpretarlas, lo cual nos puede llevar a vivirlas como una tragedia o como una motivación para el cambio.
Al quejarnos de forma frecuente, adoptamos una actitud nociva, quitándonos todo el poder y la fuerza de voluntad, minusvalorándonos, convirtiéndonos en víctimas de las circunstancias externas que no buscan soluciones o alternativas, perdiendo así nuestra energía y el compromiso con nuestro propio bienestar.
La tendencia a la queja tiene también un efecto en las relaciones personales y sociales, ya que aleja a las personas proactivas, atrayendo a personas con esa misma actitud vital, que se refuerzan mutuamente aumentando la sensación de malestar e indefensión.
Solución
La invitación a no quejarnos es por tanto una llamada a expresarnos aceptando la realidad, una sugerencia a ampliar nuestra perspectiva, a transformar las críticas y los juicios en la búsqueda de soluciones para aquello que no nos gusta, una incitación a valorar lo bueno de cada experiencia, a apreciar las oportunidades, a agradecer lo que somos y lo que tenemos; una invitación a vivir el presente.
Artículo escrito por Diana Vilar Rubiano
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[i] Artículo de ‘El País’ al cual hace referencia el texto
[ii] Definición de ‘queja’
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