“Comparto con mis compañeros extranjeros el objetivo de sobrevivir”
Javier es estudiante de Educación Social. Antes lo intentó con la ingeniería informática en Cáceres, pero la dejó por el esfuerzo y la inversión económica que le suponía. Ahora es alumno de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia), pero no vive en España, sino en Brístol, donde el pasado julio se trasladó a vivir con su pareja.
Hace ya casi un año que este poblanchino cambió Extremadura por Gran Bretaña, una decisión motivada por el deseo de su novia de dedicarse al periodismo de moda en Londres. No obstante, primero la pareja quiso probar suerte en el suroeste de la isla, ya que en Brístol reside un primo de la chica. “Nos dijo que era una ciudad de trabajo fácil”, recuerda Javier, que reconoce que partieron con mucho miedo por el idioma. “Tuvimos la suerte de contar con la experiencia del pariente, que nos ayudó a mejorar nuestros currículums, afrontar entrevistas de trabajo, etc.”, remacha el joven.
“Nuestra ventana daba a un cementerio”, destaca Javier sobre el dormitorio que consiguieron para los dos en el barrio de St George. Durante seis meses vivieron en una casa que compartían con su casero británico (36 años) y un chico polaco (19). “El propietario era majo, pero distante, y no lográbamos saber cómo le afectaban las cosas”, señala después de comentar roces que surgieron por asuntos como los gastos, que venían incluidos en el precio y sobre los que el casero tenía un estricto control. Además, tuvieron algún choque con el otro compañero por los horarios, y “yo llevaba muy mal la humedad de la casa”.
Los últimos tres meses allí estuvieron buscando otro alojamiento, que terminarían encontrando en pleno centro de la ciudad mediante una agencia inmobiliaria. “Estoy muy contento, pero si pienso en la casa que tenía en España, me duele”, afirma Javier pensando en el precio de su pequeño estudio, que declara que precisamente por el coste le queda menos dinero para vivir.
Paralelamente, el joven había empezado a trabajar. “Comencé de kitchen porter (friegaplatos) en un restaurante italiano y no me enteraba de nada. Además me pagaban en negro y me acabaron ofreciendo menos de lo que me habían prometido, así que lo dejé, pasando de fregar platos a recogerlos”, dice Javier en alusión a su actual puesto de camarero en otro restaurante, el Za Za Bazaar.
“Me ocupa mucho tiempo, pero porque tengo jornada partida”, explica sobre su empleo, donde la mayoría de sus compañeros son extranjeros, con los que dice compartir “el objetivo de sobrevivir”. También trabaja con muchos estudiantes que son temporales, y añade que el hecho de ser un buffet libre, con una organización metódica, le facilita la faena. Claro que no todo resulta ser tan sencillo: “Yo voy con la simpatía que tengo que tener, pero hay algunos clientes muy mal educados”.
Más allá de la jornada laboral, Javier intenta cuadrar horarios con su novia para disfrutar de la oferta gastronómica, desde la caribeña (Turtle Bay) a la japonesa (Nomu), sin olvidar la española (Pata Negra), a la que lanza una pulla: “Nos molesta que se sirva todo en tapas”. Y otra de sus aficiones es el cine, pero reconoce no hacer el esfuerzo de ver las películas en versión inglesa, así que las ve en casa.
“Me gustaría volver según para qué, de vacaciones seguro”, responde cuando se le pregunta sobre la posibilidad de regresar a Extremadura. “Llevo muy dentro las costumbres que traigo de allí, como los horarios y el carácter, pero quiero seguir viviendo experiencias”, concluye.
Artículo escrito por Antonio Pozueco
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